
Cuando Moisés y Aarón se presentaron ante el Faraón a fin que dejara libre al pueblo de Israel para que este pudiera servir y adorar al Único Dios verdadero, el rey de Egipto, tal y como Jehová había profetizado, endureció su corazón.
Este endurecimiento progresivo del corazón de Faraón conllevó una serie de plagas, una serie de castigos que afectarían a la nación de Egipto y que irían en aumento a medida que fueran aconteciendo. Plaga tras plaga fue sacudiendo el pueblo Egipcio y una y otra vez el Faraón fue endureciendo más y más su corazón hasta llegar a la última plaga. Este último castigo divino puede considerarse como el capítulo más triste de la historia de Egipto (Éxodo 11:6) hasta hoy en el que Dios, por el endurecimiento del corazón de Faraón (Éxodo 8:15,19,32; Éxodo 9:7,12,35), anuncia la décima plaga (Éxodo 11:1) donde todo primogénito, o sea, donde todo primer nacido, tanto de hombres como de bestias, iba a ser muerto (Éxodo 11:4,5).
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