La Biblia recoge varias historias épicas (hazañas legendarias) llevadas a cabo por hombres que pusieron su confianza en Dios, hombres de fe que lucharon con valor y fortaleza sabiendo que el único y sabio Dios estaba con ellos. Sabemos que estas historias son reales, que sucedieron tal cual están reveladas en las Escrituras, y que estos hombres valientes las pudieron llevar a cabo mediante el poder de Dios y su confianza en Él. Aunque eran hombres finitos y con defectos de carácter, permitieron que Dios manifestara su poder a través de ellos para mostrar a todas las naciones que solamente hay un Dios.
Otro de los hombres que vindicó la justicia de Dios y la santidad de su carácter fue el hijo de un sacerdote. “Moraba Israel en Sitim; y el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab”. La fornicación literal fue seguida por su acompañante espiritual: la adoración a ídolos. Así que las hijas de Moab invitaban al pueblo de Israel a los sacrificios de sus dioses; y el pueblo comió y ofreció comida a los dioses, inclinándose ante ellos. De este modo “el furor de Jehová se encendió contra Israel” (Números 25:2). “Y Jehová dijo a Moisés: Toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos”, ya que eran los principales culpables por incitar al pueblo a participar de la idolatría. Dios siguió: Ahórcalos ante Jehová delante del sol (o sea, públicamente), y el ardor de la ira de Jehová se apartará de Israel. Entonces Moisés dijo a los jueces de Israel: Matad cada uno a aquellos de los vuestros que se han juntado con Baal-peor. Así, cada jefe o anciano debía llevar a cabo la sentencia que caía sobre los que estaban bajo su autoridad y por quienes eran responsables.
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