
Lutero había abrigado la confianza que los dirigentes del pueblo, tanto en la iglesia como en los colegios, se unirían a él de buen grado para colaborar en la obra de reforma, pero el aliento de esperanza se tornó en censura y condenación. Iluminar y reformar a la gente virtualmente minaría la autoridad de Roma, y detendría en el acto miles de corrientes que ahora fluían a la tesorería, lo que disminuiría enormemente la extravagancia y el lujo de los líderes papales. Además, enseñar a la gente a pensar y a obrar como seres responsables, y a mirar sólo a Cristo para obtener la salvación, derribaría el trono pontificio y finalmente destruiría su propia autoridad. Por estos motivos, y por oponerse a quien había sido enviado para que los iluminase, rehusaron el conocimiento que Dios les ofrecía y se declararon contra Cristo y la verdad.
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