Los valdenses creían que no distaba mucho el fin de todas las cosas, y al estudiar la Biblia con oración y lágrimas sentían la obligación de dar a conocer a otros sus verdades. Veían que muchos, guiados por el papa y los sacerdotes, se esforzaban en vano por obtener el perdón mediante las mortificaciones que imponían a sus cuerpos por el pecado de sus almas. Así es como las doctrinas de Roma tenían sujetas a las almas concienzudas.
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