Un nuevo emperador, Carlos V, había ascendido al trono de Alemania, y los emisarios de Roma se apresuraron a presentarle sus propósitos y a inducirlo a emplear su poder contra la Reforma. Por otra parte, el elector de Sajonia, con quien Carlos tenía una gran deuda por su exaltación al trono, le rogó que no tomase medida alguna contra Lutero sin antes haberlo oído. El emperador se hallaba en una posición de gran perplejidad y desconcierto.
Los papistas no se satisfarían con nada menos que un edicto imperial que sentenciase a muerte a Lutero. Sin embargo el elector había declarado terminantemente “que ni su majestad imperial, ni ninguna otra persona había demostrado que los escritos de Lutero habían sido refutados”; y por este motivo, “pedía que el Dr. Lutero fuese provisto de un salvoconducto, de tal manera que pudiese comparecer ante un tribunal de jueces sabios, piadosos e imparciales”.
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