La experiencia de la iglesia en edades primitivas encierra lecciones de gran valor para nuestro propio tiempo. Ninguna verdad se enseña en la Biblia con mayor claridad que aquella de que Dios, por medio de su Santo Espíritu, dirige especialmente a sus siervos en la Tierra en los grandes movimientos en pro del adelanto de la obra de salvación. Los hombres son, en manos de Dios, instrumentos de los que él se vale para realizar sus fines de gracia y misericordia. A cada hombre le ha sido concedida cierta medida de luz, adaptada a las necesidades de su tiempo, pero ningún hombre, alcanzó jamás a entender plenamente el gran plan de redención. Los hombres no entienden por completo lo que Dios quisiera cumplir por medio de la obra que les da para hacer; no comprenden en todo su alcance, el mensaje que proclaman en su nombre.
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