La semilla del evangelio había sido sembrada en Bohemia en el siglo IX. La Biblia había sido traducida y el culto público se celebraba en el idioma del pueblo. Pero conforme aumentaba el poder papal, también se oscurecía la Palabra de Dios. Gregorio VII expidió una bula que prohibía celebrar cultos públicos en lengua bohemia. El Papa declaró que “el Omnipresente se complacía en que se le rindiese culto en una lengua desconocida, y que el haber desatendido esta disposición había sido causa de muchos males y herejías. Así decretó Roma que la luz de la Palabra de Dios fuera extinguida.
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