Cuando se produjo la primera venido de Cristo, los sacerdotes y escribas de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los oráculos de Dios, habrían podido discernir las señales de los tiempos y proclamar la venida del Prometido. La profecía de Miqueas señalaba el lugar de su advenimiento (Miqueas 5:2); Daniel especificaba el tiempo de su advenimiento (Daniel 9:25). Dios había encomendado estas profecías a los dirigentes de Israel; no tenían excusa por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo dicho a la gente. Su ignorancia era resultado del descuido pecaminoso. Absortos en sus luchas ambiciosas por los honores mundanos y el poder, perdieron de vista los honores divinos que el Rey de los cielos les habría ofrecido.
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