
Los cristianos fueron obligados a elegir entre sacrificar su integridad y aceptar el culto y las ceremonias papales, o pasar el resto de la vida encerrados en los calabozos o morir en el tormento, la hoguera o bajo el hacha del verdugo. Entonces se cumplieron las palabras de Jesús: “Seréis entregados aun por vuestros padres y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Lucas 21:16,17). La persecución se desencadenó sobre los fieles con furia jamás conocida hasta entonces, y el mundo vino a ser un vasto campo de batalla.
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