Mientras la cristiandad se hallaba envuelta en tumultos, el reformador, en su rectoría de Lutterworth, se dedicó a la tarea que había escogido y al fin completó la obra que se había propuesto, el arma más poderosa contra Roma: la Biblia. Entonces la Palabra de Dios quedó abierta para Inglaterra. Había puesto en manos del pueblo inglés una luz que jamás se extinguiría.
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