No tenemos porqué asombrarnos ante la prueba. Pedro dice, «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con alegría.» (1 Pedro 4:12,13).
Jesús dice: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto lo quitará y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto.” (Juan 15:1,2).
Hay una tendencia constante entre los árboles del Señor a ser más abundantes en follaje que en fruto.
De la misma manera como la fortaleza y la nutrición de la vid se recibe a través del abundante follaje, y el fruto no se produce perfecto a menos que se pode la viña, la fortaleza del cristiano no llegará a su blanco verdadero a menos que el Labrador celestial pode el crecimiento inútil.
A menudo, en la prosperidad, los seguidores de Jesús vuelven sus pensamientos y energías a gratificarse a ellos mismos, a asegurarse los tesoros de este mundo, a gozar de la facilidad , del placer y del lujo, y producen muy poco fruto para la gloria de Dios. Entonces el Labrador celestial, para promover la producción de frutos en las ramas, llega con su cuchilla de podar que son sus desilusiones, las perdidas, el luto y corta el crecimiento estorboso.
Una tarde, un caballero quien estaba muy deprimido por una profunda aflicción andaba en un jardín, donde observó un árbol de granadas casi cortado hasta la raíz. Asombrado sobremanera, le pregunto al jardinero porqué el árbol estaba cortado en esta condición, y recibió una respuesta que explicó a su satisfacción las heridas de su propio corazón sangrante. “Señor” -dijo el jardinero-, “este árbol solía hacerse tan fuerte y frondoso que producía solamente hojas. Yo fui obligado a cortarlo de esta manera, y cuando fue casi destruido del todo, comenzó a dar fruto».
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