La muerte es como un sueño inconsciente (Juan 11:11-14).
Cuando una persona muere, el polvo, o sea, la materia (el cuerpo), vuelve a la tierra (Eclesiastés 12:7), que es de donde fuimos formados (Génesis 2:7), y el espíritu, o sea, el soplo de vida que Dios nos dio (Génesis 2:7) vuelve a Él (Génesis 13:7).
Este soplo de vida nos será dado de nuevo en la mañana de la resurrección, en la segunda venida.
De mientras, todos aquellos que mueren, no van al cielo, ni en el infierno, sino que descansan en el sepulcro.
Allí, los muertos no tienen obra ni consciencia, ya que su memoria es puesta en el olvido (Eclesiastés 9:5). También todos los sentimientos desaparecen (Eclesiastés 9:6)
«Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben» (Eclesiastés 8:5), solamente «esperan» en sus tumbas para ser resucitados para vida eterna al fin de los días (Daniel 12:13) o para muerte eterna (Apocalipsis 20:5).
Ahora que ya sabes esto, ¿seguirás creyendo lo mismo que antes?
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