No hay gozo en su pueblo

«¿Quieres ser sano?». El enfermo que llevaba postrado treinta y ocho años no entendía como iba a ser sanado si nunca era capaz de llegar al estanque de Betesda. Sin embargo Jesús le dijo: «Levántate, toma tu lecho, y anda» (Juan 5:6-8). El hombre obedeció las órdenes de Jesús, creyó en su Palabra y fue sanado en el mismo momento que aceptó por fe las palabras de su Salvador.

La historia es triste, no en su esencia, pero si en la lección que nos da a partir de ahora, la cual es una constante en la vida de todo cristiano que con regocijo anuncia las verdades bíblicas. Cuando el hombre tomó su lecho, estaba gozoso de que Uno lo había sanado. Alabando a Dios por el camino, se encontró a unos fariseos, e ilusionado y con ganas de compartir lo que había oído, presenciado y vivido, les explicó como Cristo había operado en su vida diciéndole: «¿Quieres ser sano? […] levántate, toma tu lecho, y anda» (Juan 5:6,8).

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

La respuesta de los fariseos no fue la que el hombre que había estado enfermo por treinta y ocho años esperaba encontrar. Él estaba ilusionado, sonriente, feliz y gozoso en Cristo al haber sido sanado por el poder de Dios. Esperaba que ese regocijo con el cual había sido investido fuera compartido por los maestros de la ley. Creyó que ellos también se regocijarían, se alegrarían de estas buenas nuevas y que junto a él alabarían el nombre de Dios y el de su Hijo, el cual había venido a traer sanidad a las naciones. Sin embargo la respuesta de ellos fue fría. Dice la sierva del Señor: «Le sorprendió [al hombre] la frialdad con que escuchaban su historia» (El Deseado de Todas las Gentes, 173.1)

«Entonces [los fariseos] le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?» (Juan 5:12). Ellos no se alegraron de que hubiera sido sanado, no se alegraban de que el Mesías ya estaba aquí, no se regocijaban de que Uno, igual a Dios, había venido a traer sanidad a la nación judía, sino que «con frentes ceñudas, le interrumpieron preguntándole por qué llevaba su cama en sábado. Le recordaron severamente que no era lícito llevar cargas en el día del Señor.» (El Deseado de Todas las Gentes, 173.2)

Guillermo Miller pasó por una experiencia similar, en sus convicciones para proclamar la verdad que tan claramente se le había revelado, «estaba seguro de que todos los cristianos se gozarían en la esperanza de ir al encuentro del Salvador a quien profesaban amar» (El Conflicto de los Siglos, 377.2)

Sabemos que lastimosamente no fue así, el mensaje no fue bien recibido por las iglesias organizadas, ni por mucho del profeso pueblo de Dios, y Guillermo Miller tuvo que lidiar con toda la oposición al mensaje que traía de Dios.

Hoy sucede exactamente lo mismo. Cuando se presentan verdades que deberían traer gozo y paz al alma, traen oposición por parte de muchos que, bajo sus prejuicios e ideas preestablecidas, no dejan que el Espíritu de Dios trabaje en sus corazones para que reciban la verdad con gozo, así como la recibió el paralítico de Betesda, sino que se oponen a ella y se cierran cada vez más en sus propios razonamientos y tradiciones.

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