Al notar el legado el efecto que produjera el discurso de Lutero, temió, como nunca antes, por la seguridad del poder católico-romano, y resolvió echar mano de todos los medios que estuviesen a su alcance para acabar con el reformador. Con toda la elocuencia y la habilidad diplomática que lo distinguían en gran manera, le pintó al joven emperador Carlos V la insensatez y el peligro que representaba el sacrificar, en favor de un insignificante monje, la amistad y el apoyo de la poderosa sede de Roma.
Sus palabras no fueron inútiles. Al día siguiente de la respuesta de Lutero, Carlos mandó a la dieta un mensaje en el que expresaba su determinación de seguir la política de sus predecesores de sostener y proteger la religión católica. Ya que Lutero se negaba a renunciar a sus errores, se tomarían las medidas más enérgicas contra él y contra las herejías que enseñaba.
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