Acuérdate de mí

«Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (Lucas 23:42)

Que fe la que tuvo el ladrón de la cruz. En ese momento de agonía, con una vida cargada de pecados tras de sí, en una situación desesperada, vio a su izquierda el «Cordero que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29) y confió en él. Se agarró a él, a su vida y se apropió de ella.

La necesidad del hombre es la oportunidad de Dios, y en ese momento de necesidad el ladrón que pendía de la cruz se asió del Único capaz de salvar hasta lo sumo; salvar a una alma la cual Satanás contaba ya para él. El ladrón reconoció su pecaminosidad, sabiendo «a la verdad, [nosotros] justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos» (Lucas 23:41), y aceptó que merecía morir. Sin embargo depositó su confianza en el Salvador, en aquella vida perfecta que Jesús vivió (Lucas 23:41) y confió en que podía librarlo del castigo eterno.

Muchas veces queremos poner nuestra justicia por encima de la justicia de Cristo, sin reconocer que somos pobres, ciegos y pecadores, y nos queremos presentar ante nuestro Dios y Padre como seres sin mácula, sin arruga y con la camisa planchada, en lugar de presentarnos como el ladrón de la cruz, tal y como somos, aceptando nuestra condición de pecadores, pero confiando que sólo en Cristo hay salvación (Juan 14:6).

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

«Dios no puede ser burlado» (Gálatas 6:7), y aunque nos presentemos ante Él con nuestros mejores trajes y vestidos, no dejan de ser «trapos de inmundicia» (Isaías 64:6). Sólo unas ropas pueden cubrir nuestros cuerpos viles, y son las vestiduras de Cristo, su propia justicia en nosotros.

Así como el ladrón de la cruz reconoció su impiedad, nosotros debemos reconocer la nuestra y asirnos de Aquel que se presenta ante nuestro Padre por nosotros. Cristo desea imputarnos su justicia, pero él no puede forzar las conciencias, sino que necesita de nuestro consentimiento para que seamos vestidos con su justicia y podamos decir: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (Lucas 23:42)

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