El mayor milagro

Debemos en todo momento subyugar nuestro carácter para asemejarnos cada día más a Jesús. No es tarea facil; todos tenemos rasgos de carácter que cambiar, somos malhumorados, impacientes, sobervios, iracundos, envidiosos, y sean rasgos heredados o cultivados, son tendencias al mal que debemos subyugar, aplacar y desarraigar de nuestro corazón.

Cualquier semilla que tengamos plantada en nuestro corazón, cualquier raíz que no haya sido desarraigada crecerá de nuevo y brotará trayendo frutos a semejanza del carácter de Satanás. Y aunque en nuestro propio juicio nos veamos puros, «engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9)

Pero gracias a Dios que un poder invisible nos es dado para transformar nuestros corazones. Muchos fueron los milagros que Cristo realizó mediante el ministerio de los ángeles a los hombres. Recuperó la vista a ciegos, limpió la piel a leprosos, hizo andar a cojos y resucitó a muertos, pero el milagro más grande que obró fue el de la limpieza de corazones agitados y envilecidos por el pecado. El Cordero de Dios vino a obrar el mayor milagro de todos, vino a salvar «a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21) y a limpiar a los hombres de la lepra espiritual del pecado.

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

La obra de limpieza de pecado es un milagro imposible de entender: Lleva al asesino, de matar, a dar la vida por los demás; al adultero, de codiciar, a amar a su esposa con ternura; al iracundo, de enrojecerse, a mirar con una sonrisa; al egoista, de retener, a dar. Este cambio de corazón es el mayor milagro que Dios puede realizar en cada uno de los corazones, y es hecho por obra del Espíritu de Cristo en nuestros corazones al creer con fe y querer ser limpios. Pero así como Lázaro fue resucitado por Dios pero necesitó la cooperación de los hombres (Juan 11:39) para que el milagro se realizara, Dios necesita que estemos dispuestos y queramos ser transformados.

«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20)

A nosotros nos toca abrir la puerta, y cuando lo hagamos Cristo obrará en nuestro corazón por su Santo Espiritu, y así como «los milagros de Cristo, en favor de los afligidos y dolientes, fueron realizados por el poder de Dios mediante el ministerio de los ángeles» (El Deseado de Todas las Gentes, 117.1), Cristo obrará mediante las huestes angélicas para realizar el mayor de todos los milagros: cambiar nuestro corazón.

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