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Nos llaman «el pueblo del Libro» porque nos basamos siempre en un «escrito está», sin embargo cuando Juan 3:16 dice:
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:16)
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Entonces decimos que el Padre no es Padre y que el Hijo no es Hijo, sino que son dos roles y que por decreto se decidió que el Hijo sería Hijo, y el Padre, Padre.
Tendríamos que repasar la historia de Abraham e Isaac y la de José y Jacob para ver que esto no va de roles, sino de lazos familiares entre Padre e Hijo.
El problema está en el preconcepto de que Cristo, como Hijo de Dios, no puede tener un principio, y entonces no puede ser Hijo literal de Dios, por lo tanto no aceptamos la literalidad del texto.
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La sabiduría de Dios, Cristo, que muestra el salmista, armoniza con el asunto y demuestra que eternidad y engendramiento confluyen:
«Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, Antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; Antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, Antes de los collados, ya había sido yo engendrada«. (Proverbios 8:22-25)
Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:
Antes de que la sabiduría fuera engendrada, ¿acaso no había sabiduría?
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La Biblia declara que «Jehová me poseía en el principio», por lo tanto, Cristo, el Hijo de Dios estaba en el Padre, y aunque no podemos entrar a especular en que modo y que condición, si que podemos ver, a través de esta analogía, como el Padre ya tenía en él la sabiduría y no era necesario que la engendrara para que esta existiera.
No podemos ir más allá de lo revelado (Deuteronomio 29:29), pero sí que podemos entender un poquito más del amor de nuestro Padre hacia nosotros al dar a su Hijo unigénito.
¡Que Dios os bendiga!
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