Pablo nos dice que el Espíritu Santo es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo (Romanos 8:9), por lo tanto sabemos que ambos comparten un mismo Espíritu, ya que Dios, refiriéndose al Padre, es Espíritu (Juan 4:24), y que el Señor, refiriéndose a Cristo, es el Espíritu (2 Corintios 3:17).
Pero muchos creen que el Espíritu Santo es un tercer ser independiente al Padre y al Hijo que trabaja mancomunadamente con ellos, pero esto no es así, sino que el Espíritu proviene de Dios el Padre (1 Corintios 2:12), y de Cristo, el Hijo del Dios viviente (Juan 20:22).
Aquel Espíritu del que todos bebían (1 Corintios 12:13), no era ni más ni menos que Cristo mismo, ya que él era esa Roca de la cual todos bebían esa bebida espiritual (1 Corintios 10:4).
A la vez, la Biblia declara que solamente tenemos un mediador entre Dios y el hombre, a Cristo (1 Timoteo 2:5), y quien intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26) no es más que el Espíritu de su Hijo, el cual Dios envió a nuestros corazones, clamando «Abba Padre» (Gálatas 4:6). Y así como nuestro espíritu, o sea, nosotros mismos, únicamente podemos saber lo que hay en nuestra mente (1 Corintios 2:11), solamente el Espíritu de Dios que está en él (1 Corintios 2:12) escudriña lo profundo de él (1 Corintios 2:10), porque es él mismo.
Así que, lejos de poner a tres seres diferentes uno del otro, lo que tenemos es a dos seres, Padre e Hijo (1 Juan 1:3) que comparten, que tienen, un mismo Espíritu (Romanos 8:9).
El Espíritu Santo es la presencia del Padre y del Hijo (2 Corintios 13:14), y de forma especial es el Espíritu de Cristo (1 Pedro 1:11; 2 Corintios 3:18) en nosotros. Cristo mismo dijo:
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18); y me manifestaré en cada uno de vosotros (Juan 14:21). Incluso el propio Judas (no el Iscariote), entendió bien que el Espíritu Santo era Cristo mismo, al decir: “¿Cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?” (Juan 14:22), y finalmente dijo que tanto el Padre como el Hijo, mediante el Espíritu de ambos, “Vendrán a nosotros y harán morada en nosotros” (Juan 14:23).
Así que fiel a su promesa, Cristo mismo, mediante su Santo Espíritu estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).
Recuerda que la mayoría no siempre tiene la razón.
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