
«Mientras visitaba Battle Creek en agosto de 1868, soñé que estaba con una gran compañía de gente. Una parte de esta congregación empezó a prepararse para un viaje. Teníamos carretas muy cargadas. Mientras viajábamos, parecía que el camino ascendía. A un lado de este camino había un profundo precipicio; al otro había un alto y liso muro blanco, con la terminación dura de paredes revocadas. A medida que avanzábamos, el camino se hacía más angosto y empinado. En algunos lugares parecía tan estrecho que no podíamos ya viajar con las carretas cargadas.»
(Testimonios para la Iglesia, pág. 526.1)
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