¿Dónde está nuestra mente?

Después de 400 años en Egipto, Israel tuvo la oportunidad de salir de aquel lugar que por tantos años había tenido cautivo al pueblo de Dios.

Salir de Egipto no significaba únicamente estar fuera de la jurisdicción del imperio egipcio, sino dejar atrás costumbres, modales, formas, apariencias, expresiones, y otras muchas cosas que hacían que el pueblo de Dios se asemejara a los egipcios.

Salir al desierto no era el fin, sino el medio que Dios tenía para que su pueblo se desarraigara de todo aquello que tenían incrustado en su ADN, en su ser. Que salieran físicamente de Egipto no era el reto más grande para Dios, sino conseguir que la mente de ellos también saliera juntamente con el cuerpo, pero no fue fácil:

«Y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos.»

(Éxodo 16:3)

El cuerpo de los hijos de Israel estaba en el desierto, pero su mente estaba en Egipto, y muchos murieron y perdieron la eternidad por no salir verdaderamente de Egipto.

A nosotros se nos manda que salgamos de Babilonia (Apocalipsis 18:4), y se nos pide lo mismo que se le pidió al Israel de antaño. Se nos pide que salgamos completamente, que dejemos atrás costumbres, modales, formas, apariencias, expresiones, alimentos, y otras muchas cosas que no permiten un desarrollo integral del ser. Salir al campo no es el fin, sino el medio por el cual Dios trabajará con nosotros, y Pablo acierta perfectamente en dar la clave para ello:

«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».

(Romanos 12:2)

Pablo nos exhorta a que nuestros modales, nuestra educación, nuestra mímica a la hora de expresarnos, nuestro lenguaje, nuestras formas, etc., no sean conformes a las modas del mundo, sino que vayamos transformándonos a medida que vayamos entendiendo la voluntad de Dios y lo que quiere él de nosotros. Para ello es necesario salir de las ciudades e ir a lugares tranquilos, alejados del bullicio donde podamos desarrollarnos a través de la Escritura y la naturaleza, los dos grandes libros de texto, para finalmente «llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5).

Dios no sólo quiere rescatar nuestro cuerpo, sino también nuestra mente; nuestro ser.

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