El sol y la luna; el Padre y el Hijo

«La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.«
(Apocalipsis 21:23)

Cuando Dios creó el universo, dibujó en el cielo un símbolo de la Divinidad: La lumbrera mayor fue hecha para iluminar la tierra, y esa lumbrera mayor era un símbolo de nuestro Padre celestial; y la lumbrera menor, igualmente hecha para iluminar la tierra, era un símbolo del Cordero, del Hijo de Dios. Y así como del sol salen rayos de luz, del Padre también salen rayos de luz, de hecho Ellen White declaró «que una nube de gloriosa luz ocultaba al Padre y que no podía verse su persona. […] El Padre estaba envuelto en un cuerpo de luz y gloria, de manera que su persona no podía verse; sin embargo yo sabía que era el Padre y que de su persona emanaba esta luz y gloria. Cuando vi este cuerpo de luz y gloria levantarse del trono, supe que era porque el Padre se movía, y por lo tanto dije: Vi al Padre levantarse. La gloria, o excelencia de su forma, no la vi; nadie podría contemplarla y vivir; pero podía verse el cuerpo de luz y gloria que rodeaba su persona (Primeros Escritos, 92.1)

«El Padre mismo contestará la petición de su Hijo. Salen directamente del trono los rayos de su gloria. Los cielos se abren, y sobre la cabeza del Salvador desciende una forma de paloma«

A la vez, todos los seres celestiales son impregnados de esa luz que irradia del Padre. Y no solamente eso, el Hijo mismo irradia esa luz, luz procedente del Padre -recordemos que Cristo es «el resplandor de su gloria» (Hebreos 1:3)-, y los ángeles de Dios son iluminados por la gloria de ambos. «Lucifer, ‘el hijo de la mañana’, era el principal de los querubines cubridores, santo e inmaculado. Estaba en la presencia del gran Creador, y los incesantes rayos de gloria que envolvían al Dios eterno, caían sobre él.» (La Verdad Acerca de los Ángeles, pág. 30.4)

«El Hijo de Dios compartió el trono del Padre, y la gloria del Ser eterno, que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del trono se congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable muchedumbre, “millones de millones”, y los ángeles más elevados, como ministros y súbditos, se regocijaron en la luz que de la presencia de la Deidad caía sobre ellos(Patriarcas y Profetas, 14.2)

Por eso mismo, en el bautismo de Jesús, el Espíritu Santo que vino sobre Jesús era «la gloria del Padre que descansaba sobre su Hijo» (El Deseado de Todas las Gentes, 90.3) y no un tercer ser:

«Cuando el Cielo dió testimonio a Jesús en ocasión de su bautismo, no lo percibieron. Los ojos que nunca se habían vuelto con fe hacia el Invisible, no vieron la revelación de la gloria de Dios; los oídos que nunca habían escuchado su voz, no oyeron las palabras del testimonio.» (El Deseado de Todas las Gentes, 109.2)

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

Ellen White explica simplemente que esa luz era «la revelación de la gloria de Dios», lo que podríamos llamar, y ella misma dice, tercera persona de la Divinidad, el Espiritu Santo, la presencia del Padre (en ese momento del bautismo), y la del Hijo (una vez Cristo asciende al cielo) y derrama Su Espíritu.

El Espíritu Santo en forma como de paloma no fue visto por todos, solo por unos pocos, entre ellos Juan el Bautista, ni presenciaron la gloria del Padre, no vislumbraron esos rayos de luz que salían del trono de Dios, no vieron esa presencia del Padre.

«Nunca antes habían escuchado los ángeles semejante oración. Ellos anhelaban llevar a su amado Comandante un mensaje de seguridad y consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la petición de su Hijo. Salen directamente del trono los rayos de su gloria. Los cielos se abren, y sobre la cabeza del Salvador desciende una forma de paloma de la luz más pura, emblema adecuado del Manso y Humilde.» (El Deseado de Todas las Gentes, 86.4)

Así como nosotros recibimos los rayos de luz del sol, estando este a más de 140 millones de kilómetros de nosotros y no decimos que son dos «seres» diferentes (sol y rayos), Cristo recibió la gloria del Padre, la luz del Padre, el Espíritu del Padre (el Espíritu Santo), estando este a millones de kilómetros del Ungido y siendo un mismo Ser quien confirmaba que Cristo era su Hijo: el Padre.

«Los ángeles son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él…»

En el cuarto día de la creación, el Padre y el Hijo crearon «las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas (Génesis 1:16) Con esto, Dios nos mostró cual es la jerarquía en el cielo, y así como en jerarquía y autoridad, el sol precede a la luna, «el Hijo de Dios era el segundo en autoridad después del gran Legislador [el Padre](Exaltad a Jesús, 18.2).

El Padre, la lumbrera mayor, y el Hijo, la lumbrera menor. Y así como la luz de la luna es un reflejo de la luz del sol, la luz de Cristo es un reflejo de la luz que del Padre emana.

También, y en ese cuarto día, Dios creó las estrellas, las cuales son un símbolo de los ángeles del cielo, y estas tres lumbreras (sol, luna y estrellas) las «puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra» (Génesis 1:17), y es mediante el Padre, el Hijo y Espíritu Santo (el Espíritu del Padre y del Hijo) como somos alumbrados, y es hecho mediante el ministerio de los ángeles.

Pero cuando se cierre el tiempo de gracia, entonces sucederá que «las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.« (Isaías 13:10). Aunque son hechos reales que sucederán fisicamente como señal de la aparición del Hijo del Hombre en las nubes, este pasaje es un símbolo de lo que sucederá cuando se cierre la gracia para toda la humanidad. El Padre y el Hijo dejarán de darnos Su Espíritu, y los ángeles de Dios dejarán de subir, para llevar las oraciones de los impenitentes, y de bajar para traer la bendición de Dios, es así como «las estrellas […] no darán su luz; y el sol se oscurecerá […], y la luna no dará su resplandor».

La creación en el cuarto día y los cielos, nos cuentan como estos tres poderes cooperan para traernos la luz de los atrios celestiales, y Dios fue escrupuloso en señalar que solamente hay dos lumbreras, sol y luna, así como sólo hay dos seres de los cuales fluye la luz hacia los millares y millares y millones y millones que están ante su presencia: el Padre y el Hijo, y como de ellos emanan esos rayos de luz hacia los seres celestiales que están ante su presencia y ellos vacían esos rayos de luz en nosotros.

«Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz que desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios.» (El Deseado de Todas las Gentes, 144.1)

«Es imposible dar una idea de lo que experimentará el pueblo de Dios que viva en la tierra cuando se combinen la manifestación de la gloria de Dios y la repetición de las persecuciones pasadas. Andará en la luz que emana del trono de Dios. Por medio de los ángeles, las comunicaciones entre el cielo y la tierra serán mantenidas constantes(Joyas de los Testimonios, Tomo 3, 285)

«Los mensajeros celestiales se vaciarán a sí mismos por medio de los tubos de oro en los recipientes de oro para iluminar a los demás.»

«Los ángeles son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas alas, se apresuran a ejecutar la voluntad de Dios.» (Patriarcas y Profetas, 12.3)

«Un hogar en el que el amor está presente, donde el amor se expresa en palabras y miradas y hechos, es un lugar donde los ángeles se complacen en manifestar su presencia, y santificar la escena con rayos de luz de gloria. Allí las humildes tareas del hogar son atractivas.» (Testimonios para la Iglesia, Tomo 2, 372.2)

«Procedente de las dos olivas, corría el áureo aceite por los tubos hacia el recipiente del candelero, y luego hacia las lámparas de oro que iluminaban el santuario. Así también de los seres santos que están en la presencia de Dios, su Espíritu es impartido a los instrumentos humanos que están consagrados a su servicio. La misión de los dos ungidos es comunicar al pueblo de Dios que sólo la gracia celestial puede hacer de su Palabra una lámpara para los pies y una luz para el sendero. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.» (Reflejemos a Jesús, 202.3)

«Asimismo, de los ungidos que están en la presencia de Dios es impartida a sus hijos la plenitud de la luz, el amor y el poder divinos, a fin de que ellos puedan impartir a otros, luz, gozo y refrigerio.» (Profetas y Reyes, 436.3)

«Los que están en el corazón de la obra. ¿han elegido vasos que puedan recibir el aceite áureo (el Espíritu Santo) que los mensajeros celestiales representados por los dos olivos vierten en los tubos de oro para llenar las lámparas (Testimonios para los Ministros, 397.1)

«El Señor quiere que pidamos para que podamos recibir. Hay mensajeros celestiales que esperan una petición sincera para acercarse al alma hambrienta y sedienta. Busquen a Dios, entonces, con toda el alma. Esperen en el Señor. Los mensajeros celestiales se vaciarán a sí mismos por medio de los tubos de oro en los recipientes de oro para iluminar a los demás. Si piden creyendo, recibirán. Nunca, nunca se priven del aceite dorado porque de esa manera conservarán sus lámparas encendidas.» (Cada día con Dios, 20.2)

«El dorado aceite que los mensajeros celestiales vacían en los tubos de oro para llevarlos a la fuente de oro, es lo que produce una luz permanente, brillante y resplandeciente. El amor de Dios, comunicado continuamente al instrumento humano, hace de él una luz brillante y resplandeciente para el Señor.» (Manuscrito 27, del 30 de marzo de 1897)

Suscríbete a nuestro canal de Youtube:

Síguenos en Facebook:

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*