Reavivamiento y Reforma

En la Biblia, Jesús habla mucho sobre el hombre, el carácter y la casa, y es en este último punto donde vamos a hacer el énfasis para poder expresar lo que hablábamos mi esposa y yo hace unos días.

Entonces el Padre le dijo al Hijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26).

Dios creó al hombre perfecto: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Esa casa en forma humana que Dios había creado era perfecta, pero un día el hombre decidió entregársela a uno que no era su dueño, y enseguida esa casa se fue deteriorando. El suelo se empezó a levantar, la puerta de entrada no cerraba, la humedad recorría sus paredes, el techo se empezó a desquebrajar y caer; en definitiva, la casa se fue destruyendo con el paso del tiempo.

«Ciertamente se habla de reavivamiento y reforma, pero a la práctica, aun mencionar la palabra «reforma», esta no se lleva a cabo»

Pero Aquel que un día decidió hacer esa casa juntamente con su Padre volvió a comprar aquello que era suyo por derecho de Hacedor. El propietario aceptó que esa casa pasara a manos de su primer dueño [Cristo], y es en ese preciso momento, en ese mismo instante donde empieza el reavivamiento.

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

La gran mayoría de campañas evangelísticas, incluso en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, desgraciadamente empiezan y terminan aquí. Ciertamente se habla de reavivamiento y reforma, pero a la práctica, aun mencionar la palabra «reforma», esta no se lleva a cabo, sino que todo queda en el sacrificio que hizo Dios por comprar la casa enviando a su Hijo Unigénito, y otorgando esa justicia que se nos imputa en ese preciso momento.

Ahora bien, la casa, aun comprarla Cristo con su sangre, no está como en el principio, recordemos que «todo era bueno en gran manera» (Génesis 1:31), sin embargo la casa, al pasar al otro dueño, quedó llena de desperfectos:

«El suelo se empezó a levantar, la puerta de entrada no cerraba, la humedad recorría sus paredes, el techo se empezó a desquebrajar y caer».

Una vez entrado el reavivamiento debe de empezar la reforma:

Hay que arreglar el suelo, poner cerradura a la puerta y arreglar las bisagras, quitar las manchas de humedad de la pared, arreglar el techo…

«Si un reavivamiento no trae reforma, no es un reavivamiento»

Así como la obra de reavivamiento: Aceptar a Jesús como nuestro Salvador (justicia imputada) es un don que viene de Dios y es 100% su obra, y lo único que a nosotros nos concierne es el querer; la reforma: Aceptar que Dios nos da poder para reformar nuestra vida (justicia impatida) es un don que también viene de Dios y es 100% su obra, y lo único que a nosotros nos concierne es el querer que se haga eso en nosotros. Y aun el querer es algo que Dios nos da:

«Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.» (Filipenses 2:13)

¿Pero qué pasa si sólo se acepta el reavivamiento pero no se empieza con la reforma?

«Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación» (Mateo 12:43-45)

Todos los movimientos de reavivamiento en la iglesia deben de llevarnos a una reforma. Nuestros hábitos formados antes del reavivamiento, nuestras malas costumbres, nuestra mala alimentación, nuestros defectos de carácter, todo eso tiene que ser subyugado, erradicado, desarraigado de nuestras vidas, y se tienen que implantar los frutos del Espíritu Santo:

«Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23)

Así que si un reavivamiento no trae reforma, no es un reavivamiento.

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