Tu hijo, tu primogénito

La última de las plagas que iba a recaer sobre Egipto por no liberar al pueblo de Dios de la esclavitud tenía una enorme enseñanza, tanto para Israel como para Egipto, pero de una forma especial para la nación pagana.

Cuando Dios habló con Moisés, le dijo:

«Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir, he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito(Éxodo 4:22,23)

«Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales« (Éxodo 12:29)

La muerte de todos los primogénitos de la tierra de Egipto sucedió en Pascua, y ese luto que se iba a vivir en esa tierra, era un símbolo del luto que el Padre iba a sentir al entregar a su Hijo, al Unigénito de Dios, en la cruz en Pascua. Dios quería que Faraón se arrepintiera de todo su mal y liberara a Israel para que pudiera servir a Jehová, y fue con el sacrificio de los primogénitos -la plaga más dura- como quería llevar a Egipto a que aceptara que sólo hay un Dios, el Padre, único y soberano del universo, y un Señor, el Hijo del Dios viviente, el cual se iba a entregar a toda la humanidad, y eso incluía también la tierra de Egipto.

Apóyanos para seguir adelante con este ministerio:

Mientras los hijos de Israel habían tomado la sangre, y la habían puesto en los postes y el dintel de sus puertas, aceptando de este modo, y por fe, el sacrificio del Hijo de Dios que tenía que ofrecerse unos 1500 años después, los egipcios iban a sufrir de primera mano aquello que Dios iba a sufrir al entregar a su Único Hijo a la muerte, para rescate de la humanidad.

La muerte de los primogénitos de la tierra de Egipto sirvió para ablandar -momentaneamente- el corazón de Faraón, y para que este permitiera que Israel fuese libre, «e hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pieblo vosotros y los hijos de Israel, e id, sercid a Jehová, como habéis dicho» (Éxodo 12:31), y así como la muerte de los primogénitos liberó a un pueblo, la muerte del Primogénito, del Hijo de Dios, liberó a toda la humanidad del peso y la culpa del pecado.

Si Faraón se hubiera dejado tocar por la gracia transformadora, hubiera llegado a entender el dolor y el amor de Dios por la raza caída al entregar a su Hijo para liberación del mundo, pero lamentablemente su terquedad no le permitió conocer la verdadera realidad, «porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.« (Juan 3:16,17)

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