Deja que los muertos entierren a sus muertos

«Sígueme, deja que los muertos entierren a sus muertos».

Estas palabras de Jesús se encuentran en Mateo 8:22, en respuesta a las palabras de un, aparente, discípulo de Cristo en el versículo anterior:

«Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre» (v. 21)

La respuesta de Jesús deja a más de uno desconcertado. ¿Cómo puede ser que el Hijo de Dios no permita que un hombre entierre a su padre ya fallecido y luego lo siga después de cumplir su deber como hijo del difunto? Básicamente porque el padre del aparente discípulo no estaba muerto, y lo más probable es que estuviera bien de salud.

Lo que pretendía aquel «discípulo» era postergar su entrega al Señor excusándose de este modo para así no tener que seguir a Cristo.

Cuando Jesús dice: «deja que los muertos entierren a sus muertos», estaba diciéndole al hombre que los deberes de los hijos de Dios están por encima de todo lazo familiar.

Lógicamente Jesús no estaba diciendo a ese hombre que no podía enterrar a su padre [este no estaba muerto y gozaba, seguramente, de buena salud] sino que es necesario desprendernos de las cosas materiales y que nos ligan a este mundo para poder seguir a Cristo.

En el corazón del discípulo había más amor por las cosas del mundo que anhelo de seguir al Señor, y es que «ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.» (Mateo 6:24)

Muchas veces ponemos excusas para seguir al Señor, ya sean de orden familiar, económico, material. Solemos porstergar nuestra entrega a Cristo excusándonos ante él, diciéndole que «ahora mismo no podemos seguirte completamente porque son varias las circunstancias que nos lo impiden, pero en cuanto arreglemos los asuntos pendientes estaremos en primera fila para servirte».

Cristo dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16:24). Aquí no hay excusas, no hay circunstancias que deban impedir el tener una relación estrecha y directa con Dios.

Allá donde estemos, sea en un calabozo, sea en prisión, sea rodeado de personas que no quieren alabar su nombre, debemos de seguir al Señor, sin esperar que lo que nos rodea se ponga en orden para así poder empezar a seguirle.

No podemos esperar tener todo el camino despejado para tomar la decisión de seguir a Dios.

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