Muchos, tanto ateos como creyentes, se preguntan, ¿por qué Dios puso un árbol en el jardín del Edén del que estaba prohibido comer? (Génesis 2:17) ¿No se hubieran evitado todos los males que hoy sufrimos si no hubiera habido ese árbol?
Cuando Satanás se rebeló contra Dios en el cielo (Isaías 14:13,14), surgió una mancha en la perfecta creación de nuestro Padre y su Hijo Jesucristo, una mancha que abría la puerta a una alternativa de gobierno diferente al de Dios, y así como los ángeles en el cielo tuvieron que decidir si mantenerse firmes al gobierno del Dios Altísimo, o dejarse arrastrar por Satanás (Apocalipsis 12:4), el hombre tuvo también esta oportunidad de elección.
Dios plantó un árbol, el árbol del conocimiento del bien y el mal (Génesis 2:9), como prueba de la lealtad y obediencia del hombre hacia su Creador. Adán, así como Eva, debían decidir si creer y obedecer a Dios o creer a la serpiente, o sea, a Satanás (Apocalipsis 12:9); y dicha decisión los colocaría bajo el gobierno de Uno o de otro.
Dios, como dueño y Señor de todo lo creado (Salmos 24:1) podría haber recluido al hombre en un rincón del Edén prohibiendo que se abstuviera de todo lo creado salvo una ínfima parte de la tierra para probar su fidelidad, pero no fue así, sino que el hombre podía usar libremente de todo lo que estaba en el huerto, excepto un árbol. Y evidentemente, abstenerse de comer del fruto de ese árbol no tenía otro propósito sino el de mostrar su lealtad hacia Dios y su Palabra.
Si Lucifer no se hubiera rebelado en el cielo (Ezequiel 28:15,17) no hubiera habido necesidad de prueba, pero al oponerse al gobierno de Dios fue necesario que, no solamente la tierra, sino todos los mundos habitados pasaran por dicha prueba de fidelidad a su Creador, de la cual únicamente nuestro mundo no la pasó.
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